martes, 28 de abril de 2015

Nuestro monumento a la vergüenza



“Es evidente que no hay que tener pena de la muerte. Innumerables y justificadas han sido nuestras quejas para permitirnos ahora caer en sentimientos de piedad que en ningún momento del pasado ella tuvo la delicadeza de manifestarnos, pese a saber mejor que nadie cuánto nos contraría la obstinación con que siempre, costara lo que costara, hace su voluntad. Pero no obstante, al menos durante un breve momento, lo que tenemos delante de los ojos se asemeja a la estatua de desolación que a la figura siniestra que, según dejaron dicho algunos moribundos de vista penetrante, se presenta a los pies de nuestras camas en la hora final para hacernos una señal semejante a la de enviar las cartas, pero al contrario, es decir, la señal no dice ve allá, dice ven aquí. Por algún extraño fenómeno óptico, real o virtual, la muerte parece ahora más pequeña, como si la osamenta le hubiese encogido, o quizá siempre fue así y son nuestros ojos, de acuerdo con nuestros miedos, los que hacen de ella una gigante. Pobrecita de la muerte. Nos dan ganas de ponerle la mano en su duro hombro, diciéndole al oído, o mejor, en el sitio donde lo tenía, debajo del parietal, algunas palabras de simpatía, No se enfade, señora muerte, son cosas que suceden, nosotros los seres humanos, tenemos gran experiencia en desánimos, fiascos y frustraciones, y mire que ni eso nos hace cruzarnos de brazos, acuérdese de los tiempos antiguos cuando nos arrebataba sin dolor ni piedad en la flor de la juventud, piense en este tiempo de ahora en que, con idéntica dureza de corazón, le sigue haciendo lo mismo a la gente que más carece de lo que es necesario para la vida, es probable que le hayamos ayudado a ver quién se cansaba primero, si usted o nosotros, comprendo su pena, la primera derrota es la que más duele, después nos habituamos, en cualquier caso no se irrite si le digo que ojala no sea la última, y no es por espíritu de venganza, que sería pobre venganza, algo así como sacarle la lengua al verdugo que nos va a cortar la cabeza, a decir verdad, nosotros, los humanos, no podemos hacer mucho más que sacarle la lengua al verdugo que nos va a cortar la cabeza, será por eso que siente una enorme curiosidad por saber cómo va a salir del lío en que está metida, con esa historia de la carta que va y viene y de ese violonchelista que no podrá morir a los cuarenta y nueve porque ya ha cumplido los cincuenta. La muerte hizo un gesto de impaciencia, se sacudió bruscamente del hombro la mano fraternal con que la consolábamos y se levantó de la silla. Ahora parecía más alta, con más cuerpo, una señora muerte como debe ser, capaz de hacer temblar el suelo debajo de sus pies, con la mortaja arrastrando y levantando humo a cada paso. La muerte está enfadada. Es el momento de sacarle la lengua”. 

Las Intermitencias de la Muerte – José Saramago, pp. 171 y 172

La palabra “monumento” se deriva del latín “monumentum”; el cual originalmente significaba “memorial”, lo que tiempo después pasó a convertirse en “recordar”. En Estados Unidos, el Servicio de Parques Nacionales define un monumento como aquel edificio o punto de referencia, ya sea natural o artificial, que tiene una significación histórica o una distinción científica. Asimismo, dicha palabra también se refiere a un objeto que sirve para honrar a una persona o recordar un suceso histórico. 

Y es que a lo largo del devenir de la humanidad, cientos de esculturas y monumentos se han erigido, gracias a los esfuerzos de hombres que por medio de diferentes herramientas y materiales, dando múltiples formas y diseños; y atribuyendo a los mismos una infinidad de razones, apuntando a que ciertos sucesos trascendentales queden en la memoria de la colectividad para siempre. 

Haría falta un espacio muy grande para enumerar cada uno de esos monumentos, pero entre los más conocidos podemos nombrar a la Estatua de la Libertad, el Ángel de la Independencia, el Arco del Triunfo, el Cristo Redentor, la Torre Eiffel, el Coliseo Romano, el Taj Mahal, la Gran Muralla China, las pirámides de Giza, las esculturas Toltecas, la Acrópolis de Atenas, el Monte Rushmore, la Catedral de Notre Dame; en fin, entre muchos otros que agregaríamos a una lista interminable. 

Sin embargo, como bien lo hemos comentado, esos monumentos han servido como máquinas del tiempo, que nos sirven para recordar las diferentes épocas de la humanidad y tener una idea de los acontecimientos que marcaron a la misma. Pero, también debemos saber una cosa: así como existen monumentos, también existen “anti monumentos”. 

Pero, ¿qué diferencia hay entre uno y otro? Debemos partir de que ambos son obras que el ser humano ha realizado para dar cuenta de acontecimientos históricos, sin embargo, la diferencia radica en la legitimación ideológica que guarda cada uno de ellos. Es decir, mientras el monumento tiene como finalidad celebrar un momento trascendental en la historia, el anti monumento se encarga de evidenciar todo lo posible respecto a un hecho (conocido pero algunas veces omitido) que puede condenar al olvido a los sucesos o personajes que pretenden recordar. 

De esta forma, artistas, diseñadores, arquitectos o bien personas comunes, se han dado a la tarea de invertir dicha legitimación ideológica que muchas veces se ha pretendido imponer, para que ciertos eventos no pasen al olvido, sino que se mantengan en el inconsciente colectivo. 

Así podemos mencionar una lista también de algunos de los anti monumentos más famosos: el Muro de Berlín, el Monumento contra el fascismo, el Muro que divide Cisjordania, la frontera entre México y Estados Unidos, el Cementerio de Auschwitz y quizá el más reciente; el anti monumento por los 43 en paseo de la Reforma. 

La sociedad se encuentra inmersa en tiempos electorales que son acompañados y en muchos de los casos oscurecidos por la sombra de la muerte que sigue rondando de norte a sur por nuestro país. La violencia cual animal furioso, se desata día con día en entidades como Tamaulipas, Chihuahua, Sinaloa, Morelos, Guerrero, Estado de México y muchos otros. La autoridad se ha lanzado a una guerra en contra de los poderosos cárteles de la droga, asestando golpes importantes a la organización pero sin poder causa un daño real a la estructura financiera y armamentística de los mismos. 

En tanto eso pasa, los partidos políticos también se han volcado en una batalla por lograr atraer más adeptos a sus filas. Cientos de millones de pesos gastados en campañas que ridiculizan a los candidatos opositores, optando por sacar “sus trapitos al sol” en lugar de establecer propuestas respecto a políticas públicas que de verdad favorezcan a los ciudadanos y no a unos cuantos. 

Ante tal situación, la ciudadanía se encuentra en medio del conflicto, sin saber qué hacer o a donde ir. La autoridad y los criminales tienen sus respectivas trincheras desde las cuales se atacan unos contra los otros; y en el centro nos encontramos nosotros; carentes de una visión sobre qué bando apoyar.

No obstante, parece que hemos olvidado algo. Nosotros también tenemos un papel importante dentro de esa guerra. Quizá el más trascendental pero que sin embargo; hemos abandonado. Y no porque haya sido parte de nuestro deseo, sino porque no contamos con la capacidad de levantar la voz y poner un alto. 

Nos hemos encogido y hemos pasado de ser protagonistas a lo largo de la historia, para convertirnos en un papel secundario o en el doble o extra de la película, aquel que sufre los golpes, las heridas y los choques que los “actores” que gobiernan no pueden aguantar y de los cuales no quieren ensuciarse; hasta el punto de morir sin que nos recuerden o mencionen en los créditos de la historia que acontece en nuestra cotidianeidad. 

Y así, con la velocidad con que pasa el tiempo, también se han ido 7 meses de lucha, de resistencia civil y de un grito unisonó que debido al conflicto que hemos descrito líneas arriba, pareciese opacarse y como le ocurrió a muchos otros movimiento; quedar rezagado y apartado del inconsciente colectivo y colocarse en la caja de verdades que nos duelen pero que deseamos ocultar. 

Y mientras eso pasa, los padres de aquellos 43 estudiantes normalistas han recorrido casi toda la República Mexicana y aunado a la desesperación que brota de las almas de un progenitor que no sabe, que no tiene información real y fehaciente que le indique si su prole se encuentra con vida o no; le ha dado por viajar a Estados Unidos y a otras partes del mundo para que su grito y su ruego sean escuchados por alguien que le proporcione un cobijo, un aliento de fe y de ánimo, un abrazo solidario, elementos que la sociedad a la cual pertenece, le ha negado y le está obligando a rendirse respecto a su lucha.

Ante la frívola realidad, el movimiento normalista ha optado por erigir un anti monumento; que sirva como la materialización del grito “¡Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos!”, originado tras la desaparición de los jóvenes que el 26 y 27 de septiembre del año pasado, se fueron sin dejar rastro alguno; con tal de exigir justicia para las victimas caídas en tales fechas y que asimismo sea un instrumento para contrarrestar el olvido que la sociedad parece establecer a ese acontecimiento de nuestra más reciente historia. 

Y es que al final de todo, obras de este tipo, son la manera más fácil de decirle a la humanidad que no se olvide de ciertos eventos que han ocurrido y de los cuales muchas veces parece que olvidamos o en otros casos, negamos como parte de nuestra historia. 

Estos lugares y estos anti monumentos son las cicatrices en la piel de la humanidad. Heridas que no se han cerrado, llagas por las que brota el dolor de los cientos de miles de personas que han muerto, que han caído o que han desaparecido como es el caso de estos jóvenes; lesiones y laceraciones que los regímenes que gobiernan o los grupos delincuenciales se han encargado de realizar y ante las cuales, en lugar de hacer un llamado general para cerrarlas y luchar para que no ocurran nuevamente, siguen abiertas como un símbolo de la vergüenza que a veces suele propagar y demostrar el ser humano con sus acciones. 

Estigmas que continúan latentes y que en tanto se solucionan, las victimas se han lanzado en marchas, manifestaciones y movimientos sociales para decirle a la humanidad que no olvide tales eventos; que a pesar de la crudeza que representan debido a que en el mayor de los casos son el resultado de la crueldad humana, deben continuar vivos en las mentes de nosotros como ciudadanos con el objetivo de dar cuenta de épocas poco felices y que se erigen en nuestros corazones como verdaderos monumentos a la vergüenza.

Porque finalmente, el objetivo de esos anti monumentos no es causar malestar en nuestra sociedad, sino por el contrario, son las herramientas perfectas para no olvidar lo malo que nuestros antecesores o que nosotros mismos llegamos a realizar en contra de nuestros símiles para que en el futuro puedan evitarse actos como los descritos anteriormente; para que en un tiempo no muy lejano no solo veamos humanos sino también observemos ese toque de humanidad que le hace falta a nuestras acciones. 

Mientras tanto, los monumentos a la vergüenza continuarán ahí; siendo velados por los ciudadanos que se han dado a la tarea de vigilarlos, de alzar la voz, de no callar y de continuar una lucha que no es solamente de unos cuantos, sino de todos juntos. 

No bajemos la guardia, ahora más que nunca...la muerte está enfadada. Es el momento de sacarle la lengua.

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