“Es evidente que no hay que tener pena de la muerte. Innumerables
y justificadas han sido nuestras quejas para permitirnos ahora caer en
sentimientos de piedad que en ningún momento del pasado ella tuvo la delicadeza
de manifestarnos, pese a saber mejor que nadie cuánto nos contraría la
obstinación con que siempre, costara lo que costara, hace su voluntad. Pero no
obstante, al menos durante un breve momento, lo que tenemos delante de los ojos
se asemeja a la estatua de desolación que a la figura siniestra que, según
dejaron dicho algunos moribundos de vista penetrante, se presenta a los pies de
nuestras camas en la hora final para hacernos una señal semejante a la de
enviar las cartas, pero al contrario, es decir, la señal no dice ve allá, dice
ven aquí. Por algún extraño fenómeno óptico, real o virtual, la muerte parece
ahora más pequeña, como si la osamenta le hubiese encogido, o quizá siempre fue
así y son nuestros ojos, de acuerdo con nuestros miedos, los que hacen de ella
una gigante. Pobrecita de la muerte. Nos dan ganas de ponerle la mano en su
duro hombro, diciéndole al oído, o mejor, en el sitio donde lo tenía, debajo
del parietal, algunas palabras de simpatía, No se enfade, señora muerte, son
cosas que suceden, nosotros los seres humanos, tenemos gran experiencia en desánimos,
fiascos y frustraciones, y mire que ni eso nos hace cruzarnos de brazos, acuérdese
de los tiempos antiguos cuando nos arrebataba sin dolor ni piedad en la flor de
la juventud, piense en este tiempo de ahora en que, con idéntica dureza de
corazón, le sigue haciendo lo mismo a la gente que más carece de lo que es
necesario para la vida, es probable que le hayamos ayudado a ver quién se
cansaba primero, si usted o nosotros, comprendo su pena, la primera derrota es
la que más duele, después nos habituamos, en cualquier caso no se irrite si le
digo que ojala no sea la última, y no es por espíritu de venganza, que sería pobre
venganza, algo así como sacarle la lengua al verdugo que nos va a cortar la
cabeza, a decir verdad, nosotros, los humanos, no podemos hacer mucho más que
sacarle la lengua al verdugo que nos va a cortar la cabeza, será por eso que
siente una enorme curiosidad por saber cómo va a salir del lío en que está
metida, con esa historia de la carta que va y viene y de ese violonchelista que
no podrá morir a los cuarenta y nueve porque ya ha cumplido los cincuenta. La muerte
hizo un gesto de impaciencia, se sacudió bruscamente del hombro la mano
fraternal con que la consolábamos y se levantó de la silla. Ahora parecía más
alta, con más cuerpo, una señora muerte como debe ser, capaz de hacer temblar
el suelo debajo de sus pies, con la mortaja arrastrando y levantando humo a
cada paso. La muerte está enfadada. Es el momento de sacarle la lengua”.
Las Intermitencias de la Muerte – José Saramago, pp. 171 y 172
La palabra “monumento” se deriva del latín “monumentum”; el
cual originalmente significaba “memorial”, lo que tiempo después pasó a
convertirse en “recordar”. En Estados Unidos, el Servicio de Parques Nacionales
define un monumento como aquel edificio o punto de referencia, ya sea natural o
artificial, que tiene una significación histórica o una distinción científica. Asimismo,
dicha palabra también se refiere a un objeto que sirve para honrar a una
persona o recordar un suceso histórico.
Y es que a lo largo del devenir de la humanidad, cientos de
esculturas y monumentos se han erigido, gracias a los esfuerzos de hombres que
por medio de diferentes herramientas y materiales, dando múltiples formas y
diseños; y atribuyendo a los mismos una infinidad de razones, apuntando a que
ciertos sucesos trascendentales queden en la memoria de la colectividad para
siempre.
Haría falta un espacio muy grande para enumerar cada uno de
esos monumentos, pero entre los más conocidos podemos nombrar a la Estatua de
la Libertad, el Ángel de la Independencia, el Arco del Triunfo, el Cristo
Redentor, la Torre Eiffel, el Coliseo Romano, el Taj Mahal, la Gran Muralla
China, las pirámides de Giza, las esculturas Toltecas, la Acrópolis de Atenas, el
Monte Rushmore, la Catedral de Notre Dame; en fin, entre muchos otros que
agregaríamos a una lista interminable.
Sin embargo, como bien lo hemos comentado, esos monumentos
han servido como máquinas del tiempo, que nos sirven para recordar las
diferentes épocas de la humanidad y tener una idea de los acontecimientos que
marcaron a la misma. Pero, también debemos saber una cosa: así como existen
monumentos, también existen “anti monumentos”.
Pero, ¿qué diferencia hay entre uno y otro? Debemos partir
de que ambos son obras que el ser humano ha realizado para dar cuenta de
acontecimientos históricos, sin embargo, la diferencia radica en la
legitimación ideológica que guarda cada uno de ellos. Es decir, mientras el
monumento tiene como finalidad celebrar un momento trascendental en la historia,
el anti monumento se encarga de evidenciar todo lo posible respecto a un hecho
(conocido pero algunas veces omitido) que puede condenar al olvido a los
sucesos o personajes que pretenden recordar.
De esta forma, artistas, diseñadores, arquitectos o bien
personas comunes, se han dado a la tarea de invertir dicha legitimación ideológica
que muchas veces se ha pretendido imponer, para que ciertos eventos no pasen al
olvido, sino que se mantengan en el inconsciente colectivo.
Así podemos mencionar una lista también de algunos de los
anti monumentos más famosos: el Muro de Berlín, el Monumento contra el fascismo,
el Muro que divide Cisjordania, la frontera entre México y Estados Unidos, el
Cementerio de Auschwitz y quizá el más reciente; el anti monumento por los 43
en paseo de la Reforma.
La sociedad se encuentra inmersa en tiempos electorales que
son acompañados y en muchos de los casos oscurecidos por la sombra de la muerte
que sigue rondando de norte a sur por nuestro país. La violencia cual animal
furioso, se desata día con día en entidades como Tamaulipas, Chihuahua,
Sinaloa, Morelos, Guerrero, Estado de México y muchos otros. La autoridad se ha
lanzado a una guerra en contra de los poderosos cárteles de la droga, asestando
golpes importantes a la organización pero sin poder causa un daño real a la
estructura financiera y armamentística de los mismos.
En tanto eso pasa, los partidos políticos también se han
volcado en una batalla por lograr atraer más adeptos a sus filas. Cientos de
millones de pesos gastados en campañas que ridiculizan a los candidatos
opositores, optando por sacar “sus trapitos al sol” en lugar de establecer
propuestas respecto a políticas públicas que de verdad favorezcan a los
ciudadanos y no a unos cuantos.
Ante tal situación, la ciudadanía se encuentra en medio del
conflicto, sin saber qué hacer o a donde ir. La autoridad y los criminales
tienen sus respectivas trincheras desde las cuales se atacan unos contra los
otros; y en el centro nos encontramos nosotros; carentes de una visión sobre
qué bando apoyar.
No obstante, parece que hemos olvidado algo. Nosotros también
tenemos un papel importante dentro de esa guerra. Quizá el más trascendental
pero que sin embargo; hemos abandonado. Y no porque haya sido parte de nuestro
deseo, sino porque no contamos con la capacidad de levantar la voz y poner un
alto.
Nos hemos encogido y hemos pasado de ser protagonistas a lo
largo de la historia, para convertirnos en un papel secundario o en el doble o extra
de la película, aquel que sufre los golpes, las heridas y los choques que los “actores”
que gobiernan no pueden aguantar y de los cuales no quieren ensuciarse; hasta
el punto de morir sin que nos recuerden o mencionen en los créditos de la
historia que acontece en nuestra cotidianeidad.
Y así, con la velocidad con que pasa el tiempo, también se
han ido 7 meses de lucha, de resistencia civil y de un grito unisonó que debido
al conflicto que hemos descrito líneas arriba, pareciese opacarse y como le
ocurrió a muchos otros movimiento; quedar rezagado y apartado del inconsciente
colectivo y colocarse en la caja de verdades que nos duelen pero que deseamos
ocultar.
Y mientras eso pasa, los padres de aquellos 43 estudiantes
normalistas han recorrido casi toda la República Mexicana y aunado a la
desesperación que brota de las almas de un progenitor que no sabe, que no tiene
información real y fehaciente que le indique si su prole se encuentra con vida o
no; le ha dado por viajar a Estados Unidos y a otras partes del mundo para que
su grito y su ruego sean escuchados por alguien que le proporcione un cobijo,
un aliento de fe y de ánimo, un abrazo solidario, elementos que la sociedad a
la cual pertenece, le ha negado y le está obligando a rendirse respecto a su
lucha.
Ante la frívola realidad, el movimiento normalista ha optado
por erigir un anti monumento; que sirva como la materialización del grito “¡Porque
vivos se los llevaron, vivos los queremos!”, originado tras la desaparición de
los jóvenes que el 26 y 27 de septiembre del año pasado, se fueron sin dejar
rastro alguno; con tal de exigir justicia para las victimas caídas en tales
fechas y que asimismo sea un instrumento para contrarrestar el olvido que la
sociedad parece establecer a ese acontecimiento de nuestra más reciente
historia.
Y es que al final de todo, obras de este tipo, son la manera
más fácil de decirle a la humanidad que no se olvide de ciertos eventos que han
ocurrido y de los cuales muchas veces parece que olvidamos o en otros casos,
negamos como parte de nuestra historia.
Estos lugares y estos anti monumentos son las cicatrices en
la piel de la humanidad. Heridas que no se han cerrado, llagas por las que brota
el dolor de los cientos de miles de personas que han muerto, que han caído o que
han desaparecido como es el caso de estos jóvenes; lesiones y laceraciones que los
regímenes que gobiernan o los grupos delincuenciales se han encargado de
realizar y ante las cuales, en lugar de hacer un llamado general para cerrarlas
y luchar para que no ocurran nuevamente, siguen abiertas como un símbolo de la
vergüenza que a veces suele propagar y demostrar el ser humano con sus
acciones.
Estigmas que continúan latentes y que en tanto se
solucionan, las victimas se han lanzado en marchas, manifestaciones y
movimientos sociales para decirle a la humanidad que no olvide tales eventos;
que a pesar de la crudeza que representan debido a que en el mayor de los casos
son el resultado de la crueldad humana, deben continuar vivos en las mentes de
nosotros como ciudadanos con el objetivo de dar cuenta de épocas poco felices y
que se erigen en nuestros corazones como verdaderos monumentos a la vergüenza.
Porque finalmente, el objetivo de esos anti monumentos no es
causar malestar en nuestra sociedad, sino por el contrario, son las
herramientas perfectas para no olvidar lo malo que nuestros antecesores o que
nosotros mismos llegamos a realizar en contra de nuestros símiles para que en
el futuro puedan evitarse actos como los descritos anteriormente; para que en
un tiempo no muy lejano no solo veamos humanos sino también observemos ese
toque de humanidad que le hace falta a nuestras acciones.
Mientras tanto, los monumentos a la vergüenza continuarán
ahí; siendo velados por los ciudadanos que se han dado a la tarea de
vigilarlos, de alzar la voz, de no callar y de continuar una lucha que no es
solamente de unos cuantos, sino de todos juntos.
No bajemos la guardia, ahora más que nunca...la muerte está
enfadada. Es el momento de sacarle la lengua.
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