“Los países ricos tienen pocas […fiestas…]:
no hay tiempo, ni humor. Y no son necesarias; las gentes tienen otras cosas que
hacer y cuando se divierten lo hacen en grupos pequeños. Las masas modernas son
aglomeraciones de solitarios. En las grandes ocasiones, en París o en Nueva
York, cuando el público se congrega en plazas o estadios, es notable la
ausencia del pueblo: se ven parejas y grupos, nunca una comunidad viva en donde
la persona humana se disuelve y rescata simultáneamente. Pero un pobre
mexicano, ¿cómo podría vivir sin esas dos o tres fiestas anuales que lo
compensan de su estrechez y de su miseria? Las fiestas son nuestro único lujo;
ellas sustituyen, acaso con ventaja, al teatro y a las vacaciones, al week end y al cocktail party de los sajones, a las recepciones de la burguesía y
al café de los mediterráneos.”
La imagen mental que autores como
Octavio Paz en su grandísima obra “El Laberinto de la soledad” nos dice que
nuestra especie, el mexicano y su forma de ser lo lleva a explotar en múltiples
formas ante un evento directa o indirectamente relativo a él. Las constantes
convulsiones que la sociedad y la situación actual han amoldado su modus vivendi, tanto que le han llevado
a adoptar simbolismos para contrarrestar los momentos más amargos de su desarrollo
político, cultural, social, económico y hasta sentimental.
La vida y sus complicaciones, han
llevado al mexicano a buscar deleites y placeres ante los cuales no puede
obtener fácilmente y que a veces la sociedad se los niega. En absoluto, uno de
ellos consiste en el simple hecho de mirar un encuentro de fútbol ya sea en
televisión o asistiendo al estadio para aquellos que tengan la posibilidad de
hacerlo.
Por tanto, el mexicano es ajeno
al juego sociopolítico que se lleva a cabo en su entorno, sin embargo aprecia
como ningún otro los hechos vigentes, lo que al final le permitirá vaciar los
problemas y los obstáculos que la vida le presenta y darse el exquisito lujo de
hacerle frente a ello, con el sólo hecho de gritar y desbordar su alegría, su
enojo, su frustración…cuando su equipo marca un gol en la portería ajena; sin
importar si es campeón o no, el mexicano aspira a crear una fiesta en la que puedan
asistir tanto él mismo como anfitrión y el resto de las células sociales con
las que respira.
Y en ese tenor de ideas, al
mexicano poco le importa si hay o no privatización de su petróleo, o si la
educación tendrá alguna mejora, o si la guerra contra el narcotráfico está
funcionando o al contrario sigue devastando su país. Lo que enardece al
mexicano es ver anotar un gol de su equipo, de su selección, lo que le llena de
orgullo es poder ir a otro país y sin importar la diferencia numérica gritarle ¡Puuutoooooooo!,
y otras consignas al rival odiado. Y sin embargo, el fútbol con todos sus
actores nos hace olvidarnos de todos los problemas que confluyen en nuestro
vivir, nos hace no pensar durante un lapso de noventa minutos y mayormente nos
da la sensación y la oportunidad de aceptar la vida con las cosas que traiga
consigo.
Queda claro que como México y
como mexicanos no habremos dos. ¿Qué pasa con lo demás? Eso ya no me
corresponde a mí, eso es tarea de cada protagonista o cada historiador, cada
uno de ellos condimentará a gusto las opiniones aquí vertidas.
Pan y circo, el perfecto
distractor. Todo depende de la perspectiva con qué se miré. Claro que necesitamos
despertar de nuestro letargo social, pero no culpemos a un deporte como lo es el
fútbol que a pesar de darnos más derrotas que victorias, también nos ha
proporcionado ese deleite y esa valía, esa audacia y ese gusto con la cual
desemboca nuestra pasión y nos hace imitar aunque sea por unos instantes a los
jugadores, ya sea de nuestra patriecita o de la ajena, porque al final del día,
quien gane o quien pierda, lo habrá hecho tras jugar verdadero fútbol.
Y tomando de nuevo las palabras
del gran premio Nobel de Literatura, la fiesta que el mexicano crea, la edifica
no para divertirse, pues su deseo es sobrepasarse, saltar el muro de la soledad
que el resto del año lo incomunica…y es significativo que un país tan triste
como el nuestro tenga tantas y tan alegres fiestas. El mexicano festeja por
todo, incluso hasta por un Mundial que no tenga su sede en nuestro territorio,
pero que sin embargo su brillo lo alcanza, el entusiasmo con que todos
participamos, parecen revelar que, sin esos festejos…simplemente…estallaríamos.