jueves, 30 de octubre de 2014

Pienso, luego...me desaparecen




“La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida.”

– Octavio Paz
 



“Presionado por los gobiernos de los tres países limítrofes y por la oposición política interna, el jefe de gobierno condenó la inhumana acción, apeló al respeto por la vida y anunció que las fuerzas armadas tomarían de inmediato posiciones a lo largo de la frontera para impedir el paso de cualquier ciudadano en estado de disminución física terminal, ya fuera el intento por iniciativa propia, o determinado por arbitraria disposición de los parientes [...] Durante dos semanas el plan funcionó más o menos a la perfección, pero a partir de ahí, unos cuantos vigilantes comenzaron a quejarse de que estaban recibiendo amenazas por teléfono, conminándolos, si querían vivir una vida tranquila, a hacer vista gorda al tráfico clandestino de pacientes terminales, e incluso cerrar los ojos por completo si no querían aumentar con sus propios cuerpos la cantidad de personas de cuya observación habían sido encargados [...] Ante la gravedad de la situación, el ministro del interior decidió mostrarle su poder al desconocido enemigo, ordenando por un lado, que los espías intensificaran la acción investigadora [...] La respuesta fue inmediata, otros cuatro vigilantes sufrieron la triste suerte de los anteriores, pero, en este caso, hubo una llamada telefónica, dirigida al ministerio del interior, que lo mismo podría entenderse que era una provocación o una acción determinada por la pura lógica, como quien dice, ‘Nosotros existimos’. El mensaje, sin embargo, no acababa aquí, traía anexa una propuesta constructiva, ‘Establezcamos un pacto de caballeros’, dijo la voz del otro lado; el ministerio manda que se retiren los vigilantes y nosotros nos encargamos de transportar directamente a los pacientes, Quiénes son ustedes, preguntó el director del servicio que atendió la llamada, Sólo un grupo de personas amantes del orden y de la disciplina, gente de gran competencia en su especialidad, que detesta la confusión y cumple siempre lo que promete, gente honesta en definitiva, Y ese grupo tiene nombre, quiso saber el funcionario, Hay quienes nos llama maphia, con ph, Por qué con PH, Para distinguirnos de la otra, de la clásica, El Estado no hace acuerdos con mafias, En papeles con firmas reconocidas por notario, claro que no, Ni de esos ni de otros...” 

– Las intermitencias de la muerte; José Saramago (pp. 58, 59, 60)

El escenario es un país que no tiene un nombre determinado. Un país en cuyo sitio la muerte, como bien lo comenta el autor de esta magnífica obra literaria; decide suspender su trabajo letal y en consecuencia, la gente deja de morir. Al principio se desata una euforia colectiva, todo el mundo está contento, la inmortalidad existe y solamente sirve para aquellos que habitan dicha nación. Sin embargo, la cosa poco a poco comienza a cambiar. La desesperación sale a flote cuando miles de enfermos que se encuentran en un estado terminal abarrotan las camas de los hospitales, los pensionados y jubilados continúan cobrando dinero al Estado, el cual se ahoga en deudas públicas ante la insuficiencia de los servicios públicos para satisfacer las necesidades de la población que está destinada a vivir por siempre, el clero no logra comprender el fenómeno que tiene en frente y mucho menos consigue dar respuestas al por qué de tal suceso; las funerarias y aseguradoras caen en la quiebra, limitándose ahora a cubrir la demanda de mascotas domesticas que han muerto; los países aledaños se lamentan en un principio de no tener esa suerte; pero al ser testigos de la locura y el desorden que se vive ahora, celebran que en sus respectivos territorios la gente si pueda morir. Es entonces que surgen grupos delictivos que se lanzan en una cruzada para “forzar” a la muerte a matar aunque ésta no quiera. Se crean pactos de caballeros y acuerdos detrás de la esfera pública, mediante los cuales funcionarios y gobernantes se corrompen y mediante el poder político que tienen reservado, legitiman la acción de las mafias e incluso de las familias, para que puedan desaparecer, eliminar y hacerse cargo de aquellas personas que ahora, por la situación en la que se desarrolla la historia, se han convertido en estorbos inamovibles; y que solamente mediante su traslado hacia fuera de las fronteras de su patria, pueden conseguir mediante su ayuda, que la propia muerte despierte de su letanía y cumpla su cometido con ellos. 

La noche del 26 de septiembre del año en curso, un grupo numeroso de aproximadamente 80 estudiantes adscritos a la Escuela Normal Rural, “Raúl Isidro Burgos”, se dirigían hacia Chilpancingo, provenientes de Iguala, para realizar una colecta al día siguiente. Secuestraron tres autobuses y subieron a bordo de ellos. 

Al salir de la central camionera, elementos de la policía municipal señalaron a los estudiantes, argumentando que estos eran delincuentes, por lo que intentaron bloquearles el paso con sus patrullas e incluso, con el atrevimiento de disparar sus armas hacia ellos. Los normalistas descendieron de las unidades, más sin embargo la policía municipal no paró el fuego, al contrario los persiguieron y de paso hirieron a uno de ellos. 

Un camión que transportaba a un equipo de fútbol de tercera división, denominado “Los Avispones”, también recibió disparos, debido a que en la confusión, los policías creyeron que también eran normalista; provocando que el vehículo en el que viajaban cayera en un barranco y murieran el chofer junto con un chico de 14 años de edad. 

Los estudiantes lograron dispersarse y huir de las balas de la policía. No obstante, regresaron un par de minutos después para convocar a algunos medios e informar lo que había ocurrido. En el transcurso de esta situación, arribó al lugar una camioneta de la cual bajaron varias personas, quienes portaban armas; con las que dispararon a la multitud, matando a otros dos estudiantes y trayendo como resultado a varias personas heridas. 

Al día siguiente, los estudiantes acudieron a la Fiscalía de la Procuraduría General de Justicia del Estado de Guerrero, en busca de sus compañeros que habían sido detenidos por los elementos de la policía, a lo cual tuvieron como respuesta por parte del Director de Seguridad Pública la negativa de que no se había detenido a ningún estudiante. 

Los estudiantes hicieron un recuento de lo sucedido y se percataron que 56 de sus compañeros estaban desaparecidos. Más tarde, el Ministerio Público les informó que cerca del lugar donde ocurrieron los hechos, fue encontrado el cadáver de uno de sus acompañantes, el cual mostraba signos de que había sufrido tortura física y que además tenía el rostro mutilado. 

Dos días después, el 29 de septiembre 13 de sus símiles aparecieron...sin embargo, 43 de ellos continúan desaparecidos. 

Transcurren los días. Se ha cumplido un mes. A lo largo de ese tiempo se han descubierto una decena de fosas en las que se han hallado los cuerpos de al menos treinta y ocho personas. Han sido detenidas por lo menos cincuenta y siete más, de las cuales figuran policías y servidores públicos. El gobernador de un estado ha renunciado. El alcalde de aquel lugar donde ocurrieron los hechos ha escapado, pues la justicia lo busca para responder ante tales actos. Edificios de gobierno han sido asaltados, destruidos y recientemente se ha encendido fuego dentro de ellos. 

Ante un escenario tan desolador, uno se preguntaría ¿qué país es ese donde un grupo de 43 estudiantes desaparece sin dejar rastro alguno? 

Si retrocedemos líneas atrás y nos sumergimos dentro de la historia que Saramago relata, nuestro país bien pudiese representar la atmosfera que el autor recrea; pero con la única diferencia de que en México la muerte parece haber sido reemplazada y en todo caso, despedida injustificadamente por los propios habitantes de nuestra tierra. 

La muerte ya no trabaja naturalmente en México. En su lugar, la delincuencia organizada, que se ampara incluso bajo las ordenes y el consentimiento de servidores públicos que esconden su verdadero rostro detrás de los trajes, de los discursos y apoyando sus acciones en el siempre fiel “Estado de Derecho”, han elaborado tal y como Saramago lo relata un “pacto” para conducir a cientos de personas inocentes o no, hacia un destino en común, hacia una fatídica muerte que es realizada por “gente de gran competencia en su especialidad” y que tras cometer tan terrible acto, parece que fuesen expertos en limpieza pues logran dejan sin rastro alguno la evidencia de los crímenes que han cometido. 

Lo que en palabras de Saramago se crea una fantasía, en México se vuelve una realidad. Las mafias al servicio de gente sin escrúpulos han logrado penetrar y corroer grandes piezas del sistema, atrayendo a sí a decenas de miembros del poder para perpetrar acciones como las que ahora reclama una sociedad dolida por la desaparición de 43 estudiantes. 

En la obra antes descrita, el procedimiento usado por aquel grupo de delincuentes era simple: atravesaban la frontera y enterraban a los muertos, cobrando por ello un dineral; sin preocuparse por la belleza de los sitios en donde terminarían los cadáveres, ni mucho menos poner atención y registrar en algún cuaderno con notas topográficas alguna que otra referencia para que en algún futuro los familiares de los fallecidos, llorosos y arrepentidos de haber consentido tan cruel acto, tuviesen la oportunidad de ir a las sepulturas y pedir perdón a sus muertos. Al ver lo ocurrido en nuestro país, parece que la técnica es la misma.

En épocas anteriores, la desaparición de tal número de personas no hubiera tenido una resonancia mayor o bien, no se hubiera puesto tanta atención como se ha evidenciado hoy en día. 

Las familias desesperadas por encontrar a sus hijos o por contar con indicios o informes que los lleven a ellos, claman a los cielos por una ayuda divina, preguntando por qué sufrieron tales actos y enseguida ponen la mira en las autoridades que hasta ahora no parecen arrojar resultados concretos tras las investigaciones que se han realizado. 

No obstante, la ola generalizada de reclamos se ha extendido como una chispa de fuego en medio de un bosque. Miles de estudiantes de todas las universidades del país se han lanzado a las calles protestando y exigiendo que esos 43 jóvenes regresen con vida y que se justicie a los culpables de tal crimen. 

Y no es porque esos chicos hayan sido conocidos de todo el mundo. Si no que es una muestra de la unión y de la solidaridad ante una causa común que no afecta a un grupo de una Escuela Normal Rural de Guerrero, sino que conmueve y genera un ardid en los millones de jóvenes estudiantes que asisten a las escuelas de nuestro país, ante la expectativa o el temor de que si ayer fueron esos chicos los que sufrieron tal crimen; mañana podemos ser nosotros también. 

De norte a sur, se han realizados manifestaciones, marchas, paros académicos y estudiantiles, mítines y debates públicos para exigir a las autoridades una mayor participación y una búsqueda más ardua y eficiente que lleve a dar con los normalistas desaparecidos. Incluso, en países del extranjero se ha visto el apoyo hacia una lucha que tiene como único fin regresar con vida a estos chicos que hoy no aparecen.

No obstante con todo lo sucedido; la dignidad parece estar todavía al alcance de la sociedad. El espíritu de cambio y de lucha se ha vuelto más ferviente dentro de los corazones de un pueblo preocupado, unido y que llora la desaparición de un grupo de jóvenes. 

Cada día en los noticieros se informa sobre un posible avance respecto de las investigaciones que se han realizado, con el fin de solucionar tal problema y responder a los cuestionamientos que la sociedad exige. Sin embargo, ha pasado ya un mes y no se halla rastro alguno que pudiera indicar a las familias el camino a seguir para reencontrarse con sus seres queridos, con sus hijos, hermanos o sobrinos que cayeron en manos equivocadas y que nomás no aparecen. 

El problema se ha vuelto una nube tenebrosa que ha cubierto no solamente a una localidad en Guerrero, sino que se ha expandido y parece que ha tapado la visión de la luz en todo el país. Las autoridades y los cuerpos de seguridad que se supone están para garantizar tal derecho, se han mezclado con el crimen organizado y ahora no solamente ordenan actos atroces como el que estamos dando cuenta; sino que también consienten este tipo de delitos y faltas, atentando contra la vida y la libertad de las personas. 

Sin embargo, esa nube no es impenetrable. Por lo menos así se ha visto en estos días. La indiferencia que se mostraba anteriormente por causas como las que acontecen hoy en día, parece resquebrajarse...como si el pueblo tuviera a su alcance otra oportunidad de redimirse y de afrontar sin miedo el futuro y lo que venga con él. Hay pequeñas grietas en esa nubosidad, que dejan pasar algunos rayos de luz y que sirven para clarear un poco nuestra visión, otorgándonos la fuerza necesaria para unirnos como el pueblo que somos y comenzar a tomar lo que por derecho nos corresponde. 
 
¿Aparecerán? ¿Seguirán vivos? ¿Se castigará a los culpables? Son preguntas que uno puede responder tajantemente con un sí o un no, derivado de la experiencia que guarda cada persona; pero si hacemos un ejercicio más reflexivo, optaremos por pedir que se devuelva en cada uno de nosotros esa esperanza, esos sueños, esas ilusiones que alguien o algo nos las arrebato y de las cuales brota la fuente para creer que México no está perdido, que aún le falta mucho por crecer y vivir y que de igual forma podemos sacar adelante al país. 

Queda claro que no es algo que se pueda alcanzar de un día para otro. No obstante, parece que los vientos cambian en nuestro país. Lo que pudiese ser visto como un fenómeno aislado, se ha vuelto un evento que puede marcar a una generación, tal como sucedió en 1968 respecto de la Matanza en Tlatelolco. 

Es cuestión de tomar iniciativa y de exigir a la autoridad que haga su trabajo, pero también teniendo en cuenta que no podemos dejar toda la carga a un presidente o a un gobernador; pues esto al final es tarea de uno y de otro, de una colectividad, de un todo, de una nación entera. 

Y si no alcanzamos a ver dicho cambio, no debemos preocuparnos...pues en palabras de Saramago: “Todo lo que pueda suceder, sucederá, es una mera cuestión de tiempo y, si no llegamos a verlo mientras anduvimos aquí, sería porque no vivimos lo suficiente”. 

¡Vivos los llevaron, vivos los queremos!

viernes, 18 de julio de 2014

Cuando todos los niños del mundo

Al estar buscando un link en internet que me llevará hacia un artículo o hacia un sitio en donde pudiese saber cómo es el mundo desde la perspectiva de un niño, me crucé con un video que una persona había subido a la red y en el cual adjuntaba el siguiente comentario: “Me gustaría que este mensaje se difundiera por todo el mundo, para que ojalá los adultos entendiéramos el valor que tienen los niños en este mundo”.

Al principio creí que era un video que ya había visto, sin embargo noté una diferencia en el. 

Esa diferencia radicaba en que el archivo estaba conformado por una canción de uno de los personajes más icónicos del cine mexicano: Mario Moreno “Cantinflas”.

Y así, al transcurrir la música recordé muchos de aquellos momentos que marcaron nuestra infancia, los cuales al final serán los que nos definirá en nuestro crecimiento como adultos y como personas. Ahora que los años ya han ido pasando a través de mí, veo en los niños con los que de vez en cuando me topó; esa ilusión en sus ojos cuando te miran dominar el balón o hacer alguna otra cosa, que refleja un cierto grado de admiración, pero que sin embargo, ellos lo olvidan pues no quieren ser adultos todavía...ellos quieren seguir siendo lo que son; niños.

Al mismo tiempo que escribo esto y sin dejar de reproducir la canción que mencioné al inicio; una cuestión viene a mi mente, es una pregunta que quizá muchos se han hecho, pero que no hemos logrado valorar y entender la magnitud de dicho planteamiento.

El niño que alguna vez fuiste, ¿estaría orgulloso del adulto que eres? Vaya que es una bomba de reflexión y retroalimentación que no se contesta tajantemente con un sí o bien, con un no.

Pero mientras encontramos la respuesta de esa interrogante; quisiera contarles de unos niños que esta semana me han llamado la atención y que seguramente a ustedes también.

La Franja de Gaza y una parte de la costa occidental del río Jordán, fueron los territorios que debían formar parte del estado árabe palestino, según el Plan de la Organización de las Naciones Unidas para la partición de Palestina durante el año de 1947. En el transcurso del año siguiente, el primer territorio fue ocupado por Egipto, mientras que la costa del Jordán, incluyendo Jerusalén fue ocupado por Transjordania, es decir lo que actualmente se conoce como Jordania, por lo cual se adquirió la denominación de Cisjordania.

De la misma forma, en el año de 1967, la Franja de Gaza y Cisjordania fueron ocupadas por Israel durante la denominada “Guerra de los Seis Días”, que se prolongó del 5 al 11 de junio de ese año, y en la cual Israel destruyó los ejércitos que se habían estacionado a lo largo de sus fronteras y que amenazaban sus centros vitales, a partir de lo cual se comenzaron a realizar asentamientos hebreos en ambos territorios, acto que la propia ONU no reconoce y que considera además, contravenciones al derecho internacional.

En 1994, tras varias negociaciones de paz fue creada la Autoridad Nacional Palestina, cuyo fin era regular el ejercicio del dominio sobre la Franja de Gaza y de una parte de Cisjordania. Sin embargo, en el 2005, Israel abandonó dicho territorio, evacuando a sus ciudadanos y militares, aunque de alguna forma sique ocupando un vasto porcentaje de Cisjordania.

Fue entonces que surgió el grupo Islamista denominado Hamás, el cual desde su creación se ha enfrentado al Estado de Israel, por medio de métodos terroristas, a través de los que se niega a reconocer los acuerdos pactados ente palestinos e israelíes, quedando en suspenso las negociaciones.

La escalada de pánico y tensión que se ha desatado en aquella zona de oriente desde que inició el problema, ha arrebatado decenas de miles de vidas; sin embargo en las recientes semanas ha cobrado mayor relevancia dicho tema debido a que en redes sociales circulan fotografías e incluso videos, de los momentos en que misiles y morteros azotan a ambos bandos en conflicto, dejando ya una cifra de más de 220 muertos y más de mil 600 heridos, de los cuales muchos de ellos son niños y niñas que han sido víctimas de una disputa que parece no tener fin y de la cual pocos Estados han logrado intervenir apropiadamente.

No obstante, no es necesario que nos traslademos hasta Medio Oriente para hacer conciencia del problema real que enfrentan nuestros niños y niñas. Es hora de volver a nuestra realidad social.

Su nombre es Mauricio; es originario de Honduras y tiene 17 años. Es una edad que se figura como la antesala para convertirte en un adulto, aunque todavía careces del conocimiento real que la vida requiere para ser tomada por rienda propia. Sin embargo, para un chico como Mauricio, eso parece ser diferente ya que al leer su declaratoria te das cuenta que es totalmente diversa a la descripción mencionada.

“Hay chicos que no sobreviven más de cinco años porque se mueren de hambre. Sus padres no pueden trabajar porque no hay trabajo. Sólo dennos una oportunidad. Háganos mejores de lo que somos para que podamos ser algo mejor de lo que somos hoy en día”. 

¿Vaya frase para un chico de esa edad no? Mauricio pertenece a un grupo de menores que en las últimas semanas ha tomado por sorpresa no sólo a organizaciones civiles y en defensa de los derechos humanos, sino también al propio Estado mexicano y al conjunto de autoridades que lo conforman. Él como muchos otros, es un migrante y su relato es tan sólo una parte de las muchísimas entrevistas que fueron realizadas por la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados para los Estados Unidos y el Caribe; con las cuales se pretende esclarecer las principales razones por las cuales cientos de niños y niñas cruzan territorio mexicano, provenientes de nuestro país así como de Honduras, Guatemala y El Salvador.

Más de 57 mil niños originarios de Centroamérica han ingresado a Estados Unidos sin autorización y por ende sin compañía de un adulto, hecho que ha derivado en el crecimiento acelerado de la población que radica en los albergues e instalaciones de la Patrulla Fronteriza y que ha despertado las alarmas en los organismos protectores de la niñez, ante la problemática que representa dicho fenómeno, así como por el repudio que algunos grupos anti migrantes han expresado en su contra.

Niños y niñas que se embarcan en un peligroso viaje como este con el objetivo de huir de la violencia desatada en sus lugares de origen, que han sido separados de sus familiares o bien que sus padres cruzaron nuestro país para conseguir mejores oportunidades de vida, con tal de lograr el “sueño americano”, por lo cual ahora los pequeños buscan alcanzar el mismo destino de sus progenitores.

Casi hemos terminado. Sin embargo aún falta un tercer caso que esta semana hizo estallar las cosas en nuestro país.

Las denuncias de varios padres de familia ante autoridades policiales de nuestro país, fue el medio por el cual se descubrió esta semana una red de abusos y explotación sexual que se cometían en contra de niños y jóvenes en una casa de acogida denominada “La Gran Familia”, de la cuál Rosa Verduzco Verduzco era la encargada de llevar la dirección y quien junto a otras personas, administraba.

Muchas personas, incluidas el periodista León Krauze les ha sido difícil creer las acusaciones en contra de Verduzco, quien había sido descrita por muchos como “una mujer sola, que ha recogido, adoptado y educado para una vida digna y productiva a varios miles de niños abandonados. Su obra es, ante todo, un prodigio de caridad".

Sin embargo engañaba a todos y los únicos que conocían sus verdaderas intenciones fueron los cientos de niños explotados que han sacado a la luz sus historias, en las cuales el sufrimiento es un signo característico y repetitivo.

Ante tal situación, autoridades de la Procuraduría General de la República intervinieron en el albergue logrando liberar a 600 personas, entre ellas 432 menores de edad y seis bebés; quienes se encontraban en condiciones insalubres y lamentables, siendo obligados a vivir entre ratas y pulgas, y explotados tanto laboralmente pues se les exigía pedir limosna en las calles, como sexualmente según relatan muchos de ellos.

Tres situaciones que nos han hecho reflexionar bastante. Importa poco si han sucedido al otro lado del mundo o en lugar más recóndito del planeta; el dolor y el sufrimiento, son elementos repugnantes en la vida de los menores que han sido víctimas de conflictos entre naciones, que se han lanzado en un éxodo repleto de peligros, donde la muerte los espera ya sea en las vías del tren que los transporta hacia su destino o en manos de grupos de delincuencia organizada, que los secuestran para explotarlos o enrolarlos en sus filas; y otros más que con tal de encontrar un lugar para dormir y comer, se han internado en centros que carecen de regulación y en los que han hallado más problemas de los que tenían cuando vivían en las calles.

Hace un mes más o menos, leía un artículo publicado por Luciano Concheiro San Vicente, en el cual relataba a manera de anécdota su visita a un museo en el que se exponía una serie de retratos, los cuales conformaban la Galería intitulada “Boys de Annie Kevans”. Luciano comentaba que le confortaba ver todos los rostros de esos pequeños, pues más allá de que tenían rasgos totalmente diferentes, se podía ver en ellos la inocencia y la alegría que todo niño posee a esa edad.

Al final de su relato, Concheiro San Vicente se muestra estupefacto al descubrir que los retratos de aquellos niños, tenían nombres y apellidos. Dicha galería estaba compuesta por los personajes más funestos de la historia reciente, niños que al principio lo habían llevado a pensar en su infancia pero que al final, le habían provocado saber que eran los autores de la muerte de millones de seres humanos.

Así, entre muchos otros nombres aparecían el de Saddam Hussein (Irak), Mao Zedong (China), Kim Il Sung (Corea del Norte), Jorge Rafael Videla (Argentina), Radovan Karadžić (Serbia), Alfredo Stroessner (Paraguay), Efraín Ríos Montt (Guatemala), Francisco Franco (España), Hendrik Verwoerd (Sudáfrica), Benito Mussolini (Italia), Joseph Stalin (Unión Soviética) y Adolf Hitler (Alemania), entre muchos otros.

El autor del artículo termina diciendo que la responsabilidad de los actos de aquellos personajes no se exime por nada; pero que al ver los retratos una vez más vale la pena ponernos a pensar acerca de las acciones que estamos llevando a cabo, y cuál es su impacto en las vidas de nuestros niños y niñas, con el fin de prevenir y evitar a toda costa que alguno de ellos termine siendo un Stroessner, un Hussein, un Mussolini, un Milošević o un Hitler.

Parafraseando al autor y recordando la interrogante que establecí al principio de esta opinión; relanzaría un planteamiento más acorde al tema que hemos tratado: ¿qué clase de sociedad debemos tener para que nuestros niños y niñas no se conviertan en uno de los tantos retratos con los cuales Kevans compone su galería?

El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) establece que las violaciones a los derechos de niños y niñas ocurren en todos los países y que representan barreras enormes, no reconocidas y en muchas ocasiones, no denunciadas para la supervivencia y desarrollo de los menores, además de constituir violaciones reales de los derechos humanos.

Nuestros niños ven la vida de maneras especiales y sorprendentes. Cada niño es un ser diferente e independiente, con opciones únicas y puntos de vista muy particulares. Al ver el mundo desde la perspectiva de uno de los tantos pequeños que hemos mencionado, nos podría ayudar a comprender y dar una respuesta tangible a nuestras interrogantes, para saber qué es lo que realmente requieren y necesitan. Ellos pueden enseñarnos más de lo que imaginamos.

En momentos tan difíciles como los que hemos visto en los medios de información, es que nuestra tarea se vuelve indispensable para tratar de formar sociedades en las que los menores de edad puedan conseguir los medios necesarios que les permitan sobrevivir y que les servirán como herramientas para su inevitable crecimiento. Depende de nosotros, de toda la masa social convertir a nuestros niños en los adultos que alguna vez deseamos ser.

Diría el gran comediante Cantinflas en su canción…”cuando todos los niños sonrían y en sus caras no exista el dolor, será nuestra más grande alegría…cuando todos los niños del mundo sonrían de felicidad, podré ya sentirme tranquilo del destino de la humanidad…ojala que la gente lo entienda, y vamos a unirnos en una sola voz, aún es tiempo de vivir…pos claro que aún es tiempo, de que ustedes comprendan que los deseos de un niño hay que cumplirlos, a un niño no se le engaña jamás, siempre, los niños porque pos yo no sé, para qué crecimos nosotros, para que nos desenrollamos, empezar a sufrir, no, el niño debe de ser niño y nosotros tenemos que ver que algún día todos los niños empuñen un olivo en vez de un fusil; será mi más grande deseo de vivir, un motivo para no morir.”


Y recordando las palabras de Mauricio; está en nosotros darles una oportunidad, proporcionarles lo necesario para que algún día sean algo mejor de lo que son hoy en día.


miércoles, 11 de junio de 2014

Como México...no hay dos



“Los países ricos tienen pocas […fiestas…]: no hay tiempo, ni humor. Y no son necesarias; las gentes tienen otras cosas que hacer y cuando se divierten lo hacen en grupos pequeños. Las masas modernas son aglomeraciones de solitarios. En las grandes ocasiones, en París o en Nueva York, cuando el público se congrega en plazas o estadios, es notable la ausencia del pueblo: se ven parejas y grupos, nunca una comunidad viva en donde la persona humana se disuelve y rescata simultáneamente. Pero un pobre mexicano, ¿cómo podría vivir sin esas dos o tres fiestas anuales que lo compensan de su estrechez y de su miseria? Las fiestas son nuestro único lujo; ellas sustituyen, acaso con ventaja, al teatro y a las vacaciones, al week end y al cocktail party de los sajones, a las recepciones de la burguesía y al café de los mediterráneos.”

La imagen mental que autores como Octavio Paz en su grandísima obra “El Laberinto de la soledad” nos dice que nuestra especie, el mexicano y su forma de ser lo lleva a explotar en múltiples formas ante un evento directa o indirectamente relativo a él. Las constantes convulsiones que la sociedad y la situación actual han amoldado su modus vivendi, tanto que le han llevado a adoptar simbolismos para contrarrestar los momentos más amargos de su desarrollo político, cultural, social, económico y hasta sentimental.

La vida y sus complicaciones, han llevado al mexicano a buscar deleites y placeres ante los cuales no puede obtener fácilmente y que a veces la sociedad se los niega. En absoluto, uno de ellos consiste en el simple hecho de mirar un encuentro de fútbol ya sea en televisión o asistiendo al estadio para aquellos que tengan la posibilidad de hacerlo. 

Por tanto, el mexicano es ajeno al juego sociopolítico que se lleva a cabo en su entorno, sin embargo aprecia como ningún otro los hechos vigentes, lo que al final le permitirá vaciar los problemas y los obstáculos que la vida le presenta y darse el exquisito lujo de hacerle frente a ello, con el sólo hecho de gritar y desbordar su alegría, su enojo, su frustración…cuando su equipo marca un gol en la portería ajena; sin importar si es campeón o no, el mexicano aspira a crear una fiesta en la que puedan asistir tanto él mismo como anfitrión y el resto de las células sociales con las que respira.

Y en ese tenor de ideas, al mexicano poco le importa si hay o no privatización de su petróleo, o si la educación tendrá alguna mejora, o si la guerra contra el narcotráfico está funcionando o al contrario sigue devastando su país. Lo que enardece al mexicano es ver anotar un gol de su equipo, de su selección, lo que le llena de orgullo es poder ir a otro país y sin importar la diferencia numérica gritarle ¡Puuutoooooooo!, y otras consignas al rival odiado. Y sin embargo, el fútbol con todos sus actores nos hace olvidarnos de todos los problemas que confluyen en nuestro vivir, nos hace no pensar durante un lapso de noventa minutos y mayormente nos da la sensación y la oportunidad de aceptar la vida con las cosas que traiga consigo.

Queda claro que como México y como mexicanos no habremos dos. ¿Qué pasa con lo demás? Eso ya no me corresponde a mí, eso es tarea de cada protagonista o cada historiador, cada uno de ellos condimentará a gusto las opiniones aquí vertidas.

Pan y circo, el perfecto distractor. Todo depende de la perspectiva con qué se miré. Claro que necesitamos despertar de nuestro letargo social, pero no culpemos a un deporte como lo es el fútbol que a pesar de darnos más derrotas que victorias, también nos ha proporcionado ese deleite y esa valía, esa audacia y ese gusto con la cual desemboca nuestra pasión y nos hace imitar aunque sea por unos instantes a los jugadores, ya sea de nuestra patriecita o de la ajena, porque al final del día, quien gane o quien pierda, lo habrá hecho tras jugar verdadero fútbol.

Y tomando de nuevo las palabras del gran premio Nobel de Literatura, la fiesta que el mexicano crea, la edifica no para divertirse, pues su deseo es sobrepasarse, saltar el muro de la soledad que el resto del año lo incomunica…y es significativo que un país tan triste como el nuestro tenga tantas y tan alegres fiestas. El mexicano festeja por todo, incluso hasta por un Mundial que no tenga su sede en nuestro territorio, pero que sin embargo su brillo lo alcanza, el entusiasmo con que todos participamos, parecen revelar que, sin esos festejos…simplemente…estallaríamos.