jueves, 17 de abril de 2014

Del placer de escribir



"Si uno no crea, es cuando le llega la muerte". "Cuando no escribo, me muero; y cuando lo hago, también". (Entrevista con Efe, Sevilla, 1994).


La palabra es el elemento primordial de nuestra comunicación. Si no existe una verdadera comunicación, en consecuencia no se tiene cultura; es más no podremos concebir ni definir lo que es la cultura y tampoco podremos atender como comunicarla a otros. Sin embargo, lo que sí sabemos es que el ser humano siempre ha idealizado y pugnado por que la palabra exista y no muera ni quede en el olvido. No hay otro camino; nada de nada y para nada. 

Pero ¿cómo es que nos comunicamos? Entre el emisor de la palabra y el receptor de la misma, a veces no hay mensaje. No existe claridad respecto a las ideas que debemos comunicar, es decir, hablamos sin hablar.

Haces como si dijeras algo. La formula exacta para hacerlo radica en atender la sustancia; el cuerpo que llevan las palabras. 

Saber lo que una persona está diciendo representa un enfoque enorme para entender nuestro alrededor, nuestro entorno y al final, para entendernos a nosotros mismos. El ser humanos tiene que ser cauteloso con lo que dice, con lo que expresa y con lo que entiende. No puedes desconocer el significado del mensaje, ya que o aceptas lo aceptable o por el contrario, aceptas lo inaceptable. 

En ello radica la importancia de leer. Si no aprecias la palabra como se debe, entonces jamás podrás entender una línea, un renglón, un párrafo, un texto completo, un libro…porque no lograrás entender lo que significan esos signos ni mucho menos, las uniones y conexiones de los mismos. 

Si te mencionó una palabra, por ende tú deberás relacionarla con algo más. Si te digo que cierto día, un 6 de marzo de 1927 para ser más exacto, nació una persona en un poblado llamado Aracataca y que se dedico la mayor parte de su vida a escribir, lo que tú deberás hacer dentro de tu mente es cotejar ese lugar con recuerdos, sentimientos, sueños e ideas. Una vez hecho esto, las conexiones neuronales de tu cerebro revisarán como si se tratase de una súper computadora, las etiquetas que tengan que ver o que se relacionen con dicho contexto.

Quizá tardes un poco en aterrizar las ideas, pero al final todo apuntará a una sola conclusión; es entonces que de tu boca saldrán más palabras, como si se tratase de un depurador que sintetiza conceptos y que los transforma en un mensaje…tú responderás: Gabriel García Márquez. 

Así, ese nombre se queda después de un resultado final, sin haber excavado demasiado analíticamente hablando. 

Pero qué con Gabriel García Márquez. ¿Qué con Gabo? 

Cuando un ser humano llega al final de su vida, cuando después de haber agotado la mayoría de los propósitos por los que habitaba en la tierra, parte hacia un nuevo e incierto destino, el mundo lo siente. Cual padre de todos los seres, el universo se adolece de perder la vida de alguien o de algo. No obstante sabe que es parte del desarrollo de todo lo que existe, vivir y al final morir. Sin embargo, también reconoce que aquello que deja de existir ha cumplido con sus designios, con sus funciones dentro del enorme aparato social. 

Gabo, que nació y creció en Aracataca y que luego partió para recorrer muchas partes del mundo y con ello buscar refinar el espíritu a través de la palabra, sabiendo y enseñando qué se dice por medio de ella, creando seres analíticos, críticos y pensantes…ha partido hoy hacia una nueva empresa. 

El amor en los tiempos del cólera. El coronel que no tiene quien le escriba. Crónica de una muerte anunciada. Del amor y otros demonios. Extraños peregrinos: doce cuentos. Los funerales de la Mamá Grande. La hojarasca. La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada. La mala hora. Memoria de mis putas tristes. Noticia de un secuestro. Ojos de perro azul. El otoño del patriarca. Relato de un naufrago. Vivir para contarla. Cien años de soledad. 

Las palabras se visten de luto. Saben que uno de los escritores que jugaba con ellas, que las dirigía para ordenarlas en líneas que expresarán su pensamiento y su vivir, que les daba el verdadero significado de ser y de existir, que sin descifrar códigos comunicativos las revestía de una vastedad de importancia, que las pintaba con imaginación para que esta se pudiera desprender al ser leídas, aquel hombre que por medio de ellas penetraba cualquier pared de plomo para lograr llegar al reino de lo abstracto, de lo utópico, de lo fastuosa que es la vida misma…se ha ido. 

Podríamos pensar que han quedado abandonadas a su suerte. Pero, considero que no es así. Es momento de tomarlas, de conservarlas, de salvaguardar el legado de un hombre que escribió para contarnos como vivió esta vida en la que todos estamos inmersos. 

La palabra se ha quedado sin uno de sus padres. Ha llegado la hora de adoptarlas, para que en un futuro no queden en el olvido, sino que permanezcan vivas, lo que constituye una noble función para nosotros como seres humanos. 

La palabra no solamente es un signo gráfico. Es algo que va más allá. La palabra es todo aquello que diga algo y nuestra labor nos constriñe a entender ese “algo”, de lo contrario no podremos interpretarlo, y entonces le habremos fallado a Gabo y nos habremos fallado a nosotros mismos. 

Esto es lo que nos dará la pauta para quedar como simples espectadores de los mensajes que nos da la vida o para ser partícipes de ella. 

¡Gabo! ¡Gracias, muchas gracias!