lunes, 12 de enero de 2015

Sobre el deber de escribir

“Mi papá lleva años despidiéndose. “Cuando sea flor...”, nos previene. Por fortuna, he alcanzado la madurez a su lado. Justo ahora, cuando mi amor por él alcanzó su plenitud, es el momento: yo también quiero honrar a mi padre, que nunca será flor. Será árbol.”

– María Scherer Ibarra 

La vida. ¿Qué sería la vida de cada uno de nosotros sin el lenguaje, sin la escritura o sin la lectura? Es en ese orden en que el ser humano aprende a comunicarse con otros. Tales elementos son indispensables para el desarrollo de nuestro pensamiento; tanto que sin ellos nada existiría en nuestra mente.

En los inicios de la humanidad, la situación para comunicarse debió resultar frustrante, agobiante o estresante para nuestros antepasados, quienes buscaban la manera para expresar sus ideas o pensamientos e informar a sus semejantes; y si en dado caso entendían lo que el emisor del mensaje les estaba diciendo, el siguiente problema se presentaba a la hora de recordar dicha información. Ante ello, el hombre se vio en una necesidad superior a otras para conocer y sobrevivir al mundo que se presentaba ante sus sentidos, tanto que sobrevino a él la invención de la escritura como el medio perfecto para la existencia y conservación tanto de su especie como de su pensamiento, que en muchas ocasiones corrió el riesgo de extinguirse.

En la actualidad el mundo que nos rodea se encuentra en constante expansión, movimiento y transformación, por lo que requerimos conocer e informarnos acerca de lo que ocurre a nuestro alrededor; ya que al igual que nuestros primeros antepasados, la supervivencia nunca está garantizada...menos en los tiempos modernos.

Las nuevas tecnologías han hecho posible que la información que se presenta en los rincones más inhóspitos del mundo llegue a nosotros con tan solo un clic. La comunicación actual ha permitido al ser humano guardar en su memoria su propia historia; además de hacerle notar la importancia de contar con ella.

No obstante, a pesar de las gentilezas y los múltiples beneficios que la tecnología nos ofrece para tener una perspectiva del mundo actual, hoy en día existen murallas, barreras o cercas que limitan el conocimiento de sucesos que trascienden a nuestra existencia y que de manera directa o indirecta afectan nuestro entorno.

¿A qué me refiero? Bueno, a una diversidad de factores sociales, económicos, políticos y culturales que dificultan el acceso a la información. Muy a pesar de contar con los avances científicos a los que nos hemos referido, el ser humano se enfrenta a fronteras que limitan la comprensión de lo que acontece a su alrededor. Y es que la finalidad de la escritura solamente puede cumplirse cuando se práctica también la lectura y en consecuencia, cuando dicha información se entiende; pues solamente de esa forma el hombre puede tener una idea clara y precisa de lo que está ocurriendo dentro del contexto en el que desarrolla sus actividades.

Hace tiempo, publiqué un artículo titulado “Del placer de escribir”. En aquella ocasión, mencionaba que la palabra es el elemento que le da sustancia a nuestra comunicación, puesto que para el desarrollo de cualquier cultura es necesaria la existencia de una verdadera comunicación, pero que además de ello, el hombre luche por que ésta exista y no se quede en el olvido. No obstante, en dicha publicación me referí al placer que el hombre halla en la lectura y mediante la cual puede interpretar a su gusto lo que las palabras le digan, siendo esto la pauta para que evitemos a toda costa quedar como simples espectadores de los mensajes que el mundo y la vida nos presentan.

Pero qué pasa cuando el escribir toma otra dirección que va más allá del placer por hacerlo. Qué ocurre cuando el ejercicio intelectual que materializamos mediante las palabras se torna un deber.

El Diccionario de la Real Academia Española define a la palabra “deber” como:  
  1. Estar obligado a algo por la ley divina, natural o positiva.
  2. Cumplir obligaciones nacidas de respeto, gratitud u otros motivos.
  3. Tener obligación de corresponder a alguien en lo moral.
Las tres definiciones son correctas y además entendibles. Pero me quedaré con la tercera. Y esto lo hago porque de esa forma es que sustentaré el resto de este escrito.

El 7 de abril de 1926, la Ciudad de México tuvo la dicha de ver nacer a uno de los tantos hijos prodigo con los que ha contado a lo largo de su historia y como si así lo destinase, el pasado 7 de enero del presente año (2015) despidió uno de sus descendientes.

Periodista y escritor mexicano; Julio Scherer García inició su carrera en el periódico Excélsior, en donde ocuparía la dirección de ese diario en el año de 1968, cosa que acabó por repercutir en sus estudios y que finalmente acabaría por obligarlo a abandonar la carrera de Derecho y Filosofía a las cuales se había perfilado; todo esto debido al gusto que tomó por escribir en dicho diario.

Sin embargo, tras un buen tiempo al frente de una editora como lo era Excélsior, y debido a los textos críticos que realizaba hacia los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz y a su sucesor, Luis Echeverría Álvarez, fue éste último quien llevó a cabo una asamblea en 1976 para que se designase al nuevo director general del referido periódico. 
 
Pero antes de que fuese sustituido, Julio Scherer abandonó aquel diario junto a una manada de feroces colaboradores, entre los que destacaban: Vicente Leñero, Carlos Monsiváis y Miguel Ángel Granados Chapa.

De esa forma, el 6 de noviembre de ese mismo año y con la ayuda de Vicente Leñero, Scherer García fundaría el semanario Proceso, el cual alcanzaría las cien mil impresiones para su primera publicación.

Al igual que su primer empleo, el periodista de tiempo completo se convertiría en el director de la revista, cosa que realizó hasta 1996 sin hacer a un lado el ideal crítico respecto de las acciones u omisiones por parte del gobierno federal y de sus diversos órganos y encargados que lo componían. En consecuencia, la revista que dirigía logró consolidarse y convertirse en uno de los semanarios políticos más importantes en México.

Hombre de un pensamiento e ideal completísimo, buscador de la verdad y entregado al limite a la labor que desarrollaba, Scherer García se embarcó en un viaje en el cual las palabras y la escritura fueron su más noble tripulación, trayendo consigo múltiples reconocimientos y sin embargo, también un sinfín de repercusiones políticas por el tono de sus publicaciones, las cuales siempre contaron con la veracidad que en ocasiones el periodista común olvida y tergiversa.

Recordando lo que opté para definir a la palabra “deber”, es que ahora logró ver en Julio Scherer García a esa persona que se obligó a corresponder no sólo a una persona, sino a todo un país en un compromiso moral como lo es el escribir a favor de la verdad.

México se enfrenta a una de las peores situaciones relativas a la seguridad pública. Y en ese ambiente, en ese contexto es que la vida misma decidió llevarse a Don Julio quizá para devolvernos a nosotros como ciudadanos el deber de escribir, de informar, de comunicar y de continuar la lucha para que un derecho como lo es la libertad de expresión no se restrinja sino que por el contrario, se funde como uno de los pilares básicos para la transformación de nuestro país.

Así como ha sucedido con otros intelectuales de nuestra época, México va a extrañar a Julio Scherer.

Más allá de haber tenido la experiencia de haber entrevistado a un sinfín de personajes, entre los que se destacan el Subcomandante Marcos, Sandra Ávila Beltrán mejor conocida como “La Reina del Pacifico” quien fue detenida en septiembre de 2007; y quizá el caso más polémico cuando Ismael Zambada, líder del cártel de Sinaloa y uno de los hombres más buscados en el país; Scherer García será recordado como una persona inteligente, sencilla, humilde y con un legado periodístico tan notable como excepcional.

Hombre extraordinario, logró confrontar todos los obstáculos que se fueron presentando a lo largo de su vida y de su trayectoria periodística; con el único afán de dar a conocer la verdad y la realidad de nuestro país; más allá de las fronteras que se erigen ante el pueblo y el ciudadano con el fin de evitar que tenga conocimiento de las circunstancias a lo rodean y que pocas veces toma en cuenta para luchar por su futuro.

Mi reconocimiento a uno de los personajes más importantes que México tuvo el privilegio y la dicha de traer al mundo y que aludiendo a una de las tantas frases por las que lo recordaremos; Don Julio se va pero deja un legado y un deber no sólo para periodistas y reporteros, sino para todos en general: si el diablo les ofrece una entrevista, hasta los infiernos hay que ir...todo a favor de buscar la verdad, siempre.