“La indiferencia del mexicano ante la muerte
se nutre de su indiferencia ante la vida.”
– Octavio Paz
“Presionado por los gobiernos de
los tres países limítrofes y por la oposición política interna, el jefe de
gobierno condenó la inhumana acción, apeló al respeto por la vida y anunció que
las fuerzas armadas tomarían de inmediato posiciones a lo largo de la frontera
para impedir el paso de cualquier ciudadano en estado de disminución física
terminal, ya fuera el intento por iniciativa propia, o determinado por
arbitraria disposición de los parientes [...] Durante dos semanas el plan
funcionó más o menos a la perfección, pero a partir de ahí, unos cuantos
vigilantes comenzaron a quejarse de que estaban recibiendo amenazas por
teléfono, conminándolos, si querían vivir una vida tranquila, a hacer vista
gorda al tráfico clandestino de pacientes terminales, e incluso cerrar los ojos
por completo si no querían aumentar con sus propios cuerpos la cantidad de
personas de cuya observación habían sido encargados [...] Ante la gravedad de
la situación, el ministro del interior decidió mostrarle su poder al
desconocido enemigo, ordenando por un lado, que los espías intensificaran la
acción investigadora [...] La respuesta fue inmediata, otros cuatro vigilantes
sufrieron la triste suerte de los anteriores, pero, en este caso, hubo una
llamada telefónica, dirigida al ministerio del interior, que lo mismo podría
entenderse que era una provocación o una acción determinada por la pura lógica,
como quien dice, ‘Nosotros existimos’. El mensaje, sin embargo, no acababa
aquí, traía anexa una propuesta constructiva, ‘Establezcamos un pacto de
caballeros’, dijo la voz del otro lado; el ministerio manda que se retiren los
vigilantes y nosotros nos encargamos de transportar directamente a los
pacientes, Quiénes son ustedes, preguntó el director del servicio que atendió
la llamada, Sólo un grupo de personas amantes del orden y de la disciplina,
gente de gran competencia en su especialidad, que detesta la confusión y cumple
siempre lo que promete, gente honesta en definitiva, Y ese grupo tiene nombre,
quiso saber el funcionario, Hay quienes nos llama maphia, con ph, Por qué con PH, Para distinguirnos de la otra, de
la clásica, El Estado no hace acuerdos con mafias, En papeles con firmas
reconocidas por notario, claro que no, Ni de esos ni de otros...”
– Las intermitencias de la muerte; José Saramago (pp. 58, 59, 60)
El escenario es un país que no
tiene un nombre determinado. Un país en cuyo sitio la muerte, como bien lo
comenta el autor de esta magnífica obra literaria; decide suspender su trabajo
letal y en consecuencia, la gente deja de morir. Al principio se desata una
euforia colectiva, todo el mundo está contento, la inmortalidad existe y
solamente sirve para aquellos que habitan dicha nación. Sin embargo, la cosa
poco a poco comienza a cambiar. La desesperación sale a flote cuando miles de
enfermos que se encuentran en un estado terminal abarrotan las camas de los
hospitales, los pensionados y jubilados continúan cobrando dinero al Estado, el
cual se ahoga en deudas públicas ante la insuficiencia de los servicios
públicos para satisfacer las necesidades de la población que está destinada a
vivir por siempre, el clero no logra comprender el fenómeno que tiene en frente
y mucho menos consigue dar respuestas al por qué de tal suceso; las funerarias
y aseguradoras caen en la quiebra, limitándose ahora a cubrir la demanda de
mascotas domesticas que han muerto; los países aledaños se lamentan en un
principio de no tener esa suerte; pero al ser testigos de la locura y el
desorden que se vive ahora, celebran que en sus respectivos territorios la gente
si pueda morir. Es entonces que surgen grupos delictivos que se lanzan en una
cruzada para “forzar” a la muerte a matar aunque ésta no quiera. Se crean
pactos de caballeros y acuerdos detrás de la esfera pública, mediante los
cuales funcionarios y gobernantes se corrompen y mediante el poder político que
tienen reservado, legitiman la acción de las mafias e incluso de las familias,
para que puedan desaparecer, eliminar y hacerse cargo de aquellas personas que
ahora, por la situación en la que se desarrolla la historia, se han convertido
en estorbos inamovibles; y que solamente mediante su traslado hacia fuera de
las fronteras de su patria, pueden conseguir mediante su ayuda, que la propia
muerte despierte de su letanía y cumpla su cometido con ellos.
La noche del 26 de septiembre del
año en curso, un grupo numeroso de aproximadamente 80 estudiantes adscritos a
la Escuela Normal Rural, “Raúl Isidro Burgos”, se dirigían hacia Chilpancingo,
provenientes de Iguala, para realizar una colecta al día siguiente.
Secuestraron tres autobuses y subieron a bordo de ellos.
Al salir de la central camionera,
elementos de la policía municipal señalaron a los estudiantes, argumentando que
estos eran delincuentes, por lo que intentaron bloquearles el paso con sus
patrullas e incluso, con el atrevimiento de disparar sus armas hacia ellos. Los
normalistas descendieron de las unidades, más sin embargo la policía municipal
no paró el fuego, al contrario los persiguieron y de paso hirieron a uno de
ellos.
Un camión que transportaba a un
equipo de fútbol de tercera división, denominado “Los Avispones”, también
recibió disparos, debido a que en la confusión, los policías creyeron que
también eran normalista; provocando que el vehículo en el que viajaban cayera
en un barranco y murieran el chofer junto con un chico de 14 años de edad.
Los
estudiantes lograron dispersarse y huir de las balas de la policía. No
obstante, regresaron un par de minutos después para convocar a algunos medios e
informar lo que había ocurrido. En el transcurso de esta situación, arribó al
lugar una camioneta de la cual bajaron varias personas, quienes portaban armas;
con las que dispararon a la multitud, matando a otros dos estudiantes y
trayendo como resultado a varias personas heridas.
Al
día siguiente, los estudiantes acudieron a la Fiscalía de la Procuraduría
General de Justicia del Estado de Guerrero, en busca de sus compañeros que
habían sido detenidos por los elementos de la policía, a lo cual tuvieron como
respuesta por parte del Director de Seguridad Pública la negativa de que no se
había detenido a ningún estudiante.
Los estudiantes hicieron un
recuento de lo sucedido y se percataron que 56 de sus compañeros estaban
desaparecidos. Más tarde, el Ministerio Público les informó que cerca del lugar
donde ocurrieron los hechos, fue encontrado el cadáver de uno de sus
acompañantes, el cual mostraba signos de que había sufrido tortura física y que
además tenía el rostro mutilado.
Dos días después, el 29 de
septiembre 13 de sus símiles aparecieron...sin embargo, 43 de ellos continúan
desaparecidos.
Transcurren los días. Se ha
cumplido un mes. A lo largo de ese tiempo se han descubierto una decena de
fosas en las que se han hallado los cuerpos de al menos treinta y ocho
personas. Han sido detenidas por lo menos cincuenta y siete más, de las cuales
figuran policías y servidores públicos. El gobernador de un estado ha
renunciado. El alcalde de aquel lugar donde ocurrieron los hechos ha escapado,
pues la justicia lo busca para responder ante tales actos. Edificios de
gobierno han sido asaltados, destruidos y recientemente se ha encendido fuego
dentro de ellos.
Ante un escenario tan desolador,
uno se preguntaría ¿qué país es ese donde un grupo de 43 estudiantes desaparece
sin dejar rastro alguno?
Si retrocedemos líneas atrás y
nos sumergimos dentro de la historia que Saramago relata, nuestro país bien
pudiese representar la atmosfera que el autor recrea; pero con la única
diferencia de que en México la muerte parece haber sido reemplazada y en todo
caso, despedida injustificadamente por los propios habitantes de nuestra
tierra.
La muerte ya no trabaja
naturalmente en México. En su lugar, la delincuencia organizada, que se ampara
incluso bajo las ordenes y el consentimiento de servidores públicos que
esconden su verdadero rostro detrás de los trajes, de los discursos y apoyando
sus acciones en el siempre fiel “Estado de Derecho”, han elaborado tal y como
Saramago lo relata un “pacto” para conducir a cientos de personas inocentes o
no, hacia un destino en común, hacia una fatídica muerte que es realizada por
“gente de gran competencia en su especialidad” y que tras cometer tan terrible
acto, parece que fuesen expertos en limpieza pues logran dejan sin rastro
alguno la evidencia de los crímenes que han cometido.
Lo que en palabras de Saramago se
crea una fantasía, en México se vuelve una realidad. Las mafias al servicio de
gente sin escrúpulos han logrado penetrar y corroer grandes piezas del sistema,
atrayendo a sí a decenas de miembros del poder para perpetrar acciones como las
que ahora reclama una sociedad dolida por la desaparición de 43 estudiantes.
En la obra antes descrita, el
procedimiento usado por aquel grupo de delincuentes era simple: atravesaban la
frontera y enterraban a los muertos, cobrando por ello un dineral; sin
preocuparse por la belleza de los sitios en donde terminarían los cadáveres, ni
mucho menos poner atención y registrar en algún cuaderno con notas topográficas
alguna que otra referencia para que en algún futuro los familiares de los
fallecidos, llorosos y arrepentidos de haber consentido tan cruel acto,
tuviesen la oportunidad de ir a las sepulturas y pedir perdón a sus muertos. Al
ver lo ocurrido en nuestro país, parece que la técnica es la misma.
En épocas anteriores, la
desaparición de tal número de personas no hubiera tenido una resonancia mayor o
bien, no se hubiera puesto tanta atención como se ha evidenciado hoy en día.
Las familias desesperadas por
encontrar a sus hijos o por contar con indicios o informes que los lleven a
ellos, claman a los cielos por una ayuda divina, preguntando por qué sufrieron
tales actos y enseguida ponen la mira en las autoridades que hasta ahora no
parecen arrojar resultados concretos tras las investigaciones que se han
realizado.
No obstante, la ola generalizada
de reclamos se ha extendido como una chispa de fuego en medio de un bosque.
Miles de estudiantes de todas las universidades del país se han lanzado a las
calles protestando y exigiendo que esos 43 jóvenes regresen con vida y que se
justicie a los culpables de tal crimen.
Y no es porque esos chicos hayan
sido conocidos de todo el mundo. Si no que es una muestra de la unión y de la
solidaridad ante una causa común que no afecta a un grupo de una Escuela Normal
Rural de Guerrero, sino que conmueve y genera un ardid en los millones de
jóvenes estudiantes que asisten a las escuelas de nuestro país, ante la
expectativa o el temor de que si ayer fueron esos chicos los que sufrieron tal
crimen; mañana podemos ser nosotros también.
De norte a sur, se han realizados
manifestaciones, marchas, paros académicos y estudiantiles, mítines y debates
públicos para exigir a las autoridades una mayor participación y una búsqueda más
ardua y eficiente que lleve a dar con los normalistas desaparecidos. Incluso,
en países del extranjero se ha visto el apoyo hacia una lucha que tiene como único
fin regresar con vida a estos chicos que hoy no aparecen.
No obstante con todo lo sucedido;
la dignidad parece estar todavía al alcance de la sociedad. El espíritu de
cambio y de lucha se ha vuelto más ferviente dentro de los corazones de un
pueblo preocupado, unido y que llora la desaparición de un grupo de jóvenes.
Cada día en los noticieros se
informa sobre un posible avance respecto de las investigaciones que se han
realizado, con el fin de solucionar tal problema y responder a los
cuestionamientos que la sociedad exige. Sin embargo, ha pasado ya un mes y no
se halla rastro alguno que pudiera indicar a las familias el camino a seguir
para reencontrarse con sus seres queridos, con sus hijos, hermanos o sobrinos
que cayeron en manos equivocadas y que nomás no aparecen.
El problema se ha vuelto una nube
tenebrosa que ha cubierto no solamente a una localidad en Guerrero, sino que se
ha expandido y parece que ha tapado la visión de la luz en todo el país. Las
autoridades y los cuerpos de seguridad que se supone están para garantizar tal
derecho, se han mezclado con el crimen organizado y ahora no solamente ordenan
actos atroces como el que estamos dando cuenta; sino que también consienten
este tipo de delitos y faltas, atentando contra la vida y la libertad de las
personas.
Sin embargo, esa nube no es
impenetrable. Por lo menos así se ha visto en estos días. La indiferencia que
se mostraba anteriormente por causas como las que acontecen hoy en día, parece
resquebrajarse...como si el pueblo tuviera a su alcance otra oportunidad de
redimirse y de afrontar sin miedo el futuro y lo que venga con él. Hay pequeñas
grietas en esa nubosidad, que dejan pasar algunos rayos de luz y que sirven
para clarear un poco nuestra visión, otorgándonos la fuerza necesaria para
unirnos como el pueblo que somos y comenzar a tomar lo que por derecho nos
corresponde.
¿Aparecerán? ¿Seguirán vivos? ¿Se
castigará a los culpables? Son preguntas que uno puede responder tajantemente
con un sí o un no, derivado de la experiencia que guarda cada persona; pero si
hacemos un ejercicio más reflexivo, optaremos por pedir que se devuelva en cada
uno de nosotros esa esperanza, esos sueños, esas ilusiones que alguien o algo
nos las arrebato y de las cuales brota la fuente para creer que México no está
perdido, que aún le falta mucho por crecer y vivir y que de igual forma podemos
sacar adelante al país.
Queda claro que no es algo que se
pueda alcanzar de un día para otro. No obstante, parece que los vientos cambian
en nuestro país. Lo que pudiese ser visto como un fenómeno aislado, se ha
vuelto un evento que puede marcar a una generación, tal como sucedió en 1968
respecto de la Matanza en Tlatelolco.
Es cuestión de tomar iniciativa y de
exigir a la autoridad que haga su trabajo, pero también teniendo en cuenta que
no podemos dejar toda la carga a un presidente o a un gobernador; pues esto al
final es tarea de uno y de otro, de una colectividad, de un todo, de una nación
entera.
Y si no alcanzamos a ver dicho cambio, no debemos preocuparnos...pues
en palabras de Saramago: “Todo lo que
pueda suceder, sucederá, es una mera cuestión de tiempo y, si no llegamos a
verlo mientras anduvimos aquí, sería porque no vivimos lo suficiente”.
¡Vivos los llevaron, vivos los
queremos!